lunes, abril 4

Cartas de Milena y Laureano


(ilustración de Sole Poirot)







Milena y Laureano ¿Quiénes son ellos?

Milena y Laureano cursaron estudios formales en Europa y Estados Unidos antes de regresar a Venezuela y Ecuador respectivamente. Laureano Bazán (Guayaquil, 1878-1921) viajó a Paris siendo un muchacho de poco más de catorce años. Se deduce por su correspondencia y otros datos aportados por miembros de su familia, que adolecía de una afección pulmonar causada por la humedad del clima costeño. Ello motivó a sus padres a llevarlo a Francia donde fue examinado, y sometido a un largo tratamiento, por la eminencia europea, el Dr. Cheraux. Laureano debió ingresar al Colegio Saint-Denis en Paris. Se sabe que terminados sus estudios secundarios permaneció en esa ciudad por alrededor de dos años. No existen registros que informen en qué ocupaba su tiempo durante ese período.
Milena Carson (Guayaquil, 1873-1945) residió dos años y medio en Ginebra. Conforme a su posición social fue matriculada en el Collège Monnier en el pueblito de Versoix en la Suiza de habla francesa. En ese establecimiento, su clara inteligencia y sus habilidades literarias fueron reconocidas ampliamente, siendo parte de un grupo de alumnas que montó varias obras teatrales en Ginebra y otras ciudades del Cantón. La cultura europea la marcó profundamente. También vivió durante algunos meses en Filadelfia, Estados Unidos, en donde recibió lecciones de inglés y música.
Habiendo nacido en Guayaquil, Milena se estableció en Caracas a la edad de 19 años tras su regreso del Viejo Mundo, adquiriendo más tarde la nacionalidad venezolana. Se destacó en la sociedad de ese país por su encanto personal, su porte aristocrático y por numerosas iniciativas de beneficencia que emprendió junto a otras damas caraqueñas. Fue por muchos años presidenta de la corporación “El Vaso de Leche” de Caracas dedicada a proveer alimentos a niños pobres. Nunca se casó y no tuvo descendencia. Fue una ardiente partidaria del sufragio femenino. Mantuvo contactos con mujeres militantes por esa causa de todo el mundo. Sus trabajos en esta materia recién dieron frutos en 1947 año en que las venezolanas votaron por primera vez, por lo que no alcanzó a ejercer ese derecho.
En la década del 40, Milena Carson se hizo conocida en Venezuela por una serie de misivas que escribió al director del diario “El Heraldo de Caracas”, periódico liberal de la época, expresando opiniones acerca de la condición de la mujer en Venezuela. En ellas, sin nombrarlo, ventila cierta herida latente respecto de Laureano quién ya había fallecido, describiéndolo como “el hombre inconcluso a quién amé”. El análisis de su personalidad y en especial la persistencia de su sentimiento amoroso hacia Bazán y la franqueza con que lo expresaba, pasaron a ser objeto de estudio de psicólogos y filósofos constituyéndose Milena Carson en el paradigma de la mujer moderna.

El castellano utilizado tanto por Milena como por Laureano en sus cartas, es sorprendentemente universal, carente casi por completo de modismos ecuatorianos o venezolanos. Esto se explica por la educación europea de ambos, y por la convivencia en ese continente con otros jóvenes latinoamericanos. Las excepciones a esta regla son escasas. Se sabe también que Milena durante su época escolar en Ginebra, trabó una profunda amistad con la novelista argentina Olaya Lerda que pudo haber influido en su lenguaje, mientras que Laureano introduce en sus primeras cartas algunas expresiones españolas fruto de su estancia en Madrid.
Después del período de holganza que llevó tras el término de su educación secundaria parisina, Laureano Bazán se trasladó a Madrid en donde siguió Comercio y Contabilidad, estudios que abandonó para regresar a su patria. Se sabe que mientras residía en Francia viajó a Suiza para visitar a los padres de Milena con quienes estaba emparentado en forma directa y que se habían establecido en Ginebra por razones políticas. Se deduce que fue durante esos encuentros que Laureano, de 22 años, se enamoró de Milena, a la sazón de 17. Sentimiento que fue inmediatamente correspondido. Es en esa ciudad en donde esta singular historia comienza.

Guayaquil, Mayo 12 de de 1899

Milena de mis sueños:

Estoy de regreso en casa después de un viaje al interior. No del alma sino del país. Fue todo tan inesperado y sorprendente que quisiera contarte algunos pasajes.

Con dos amigos, Lisardo Mora y Belisario Gómez nos embarcamos en un vaporcito para ir a cazar caimanes al río Yaguachi. Salimos de Guayaquil como a las seis de la tarde. Viajaban junto a nosotros un gran número de pasajeros que se dirigían a Babahoyo, Samborondón y otros puertos fluviales. El barco llevaba una banda de música para hacer más corta la trayectoria y, según Belisario, más llevadera las picadas de mosquitos. Fue una noche especial. Navegábamos tocando los árboles de las riberas del río, y esos árboles, en mil figuras fantásticas producían en mi alma una sensación muy grata. Por primera vez desde mi regreso al Ecuador recordé mi niñez y mis viajes a la hacienda con mi padre.

Parecía trasportado al pasado cuando la realidad me sacó de mis sueños. Dos borrachos armaron una gresca terrible. Uno de ellos se puso de pié y a viva voz hizo un brindis por el presidente Alfaro. Uno que estaba bebiendo en otro grupo se le fue encima para agredirlo. Mi compadre Belisario cogió el Winchester de Lisardo por si la trifulca pasaba a mayores. Felizmente, en esos momentos llegábamos a la desembocadura del río Yaguachi, y desembarcábamos para pernoctar en una gran balsa hecha con grandes palos en que habían construido una cantina de tragos. Allí mismo arrendamos un bote y pusimos en él nuestras cosas para salir muy temprano al día siguiente en busca de los caimanes.

Esa noche la cantina estaba llena de peones de los campos cercanos, cortadores de caña, cazadores de caimanes, pescadores, en fin, gente aventurera y acostumbrada a la vida agreste. Varios de ellos iban con sus machetes colgando del cinturón. Al entrar nosotros a la cantina nos quedaron mirando. Pero cuando nos vieron beber unos cañazos todo volvió a la normalidad.

Sentados en una mesa, observamos a una chicuela de unos doce años que estaba con un hombre mayor, muy borracho que la abrazaba y la besaba. La chica soportaba quieta pero nos miró a nosotros en un gesto que no supimos interpretar. Pudo haber sido de pedirnos ayuda. ¿Pero qué podíamos hacer nosotros? Sentíamos que el ambiente era demasiado hostil para intervenir. Belisario estaba negro de rabia. Que terrible es la situación de las muchachas de este país, pensé yo.

Fue entonces que una mujer de aspecto avejentado se acercó a Belisario y le dijo algo al oído. Era la que atendía las mesas y servía los comestibles y licores. Hubo un breve diálogo. Mi amigo se puso más serio aún y se tomo de un trago el contenido de su vaso de caña. Cuando la mujer se alejó, Belisario nos contó lo que estaba sucediendo. Dijo que la mujer le había dicho que por unos pocos pesos se podía quedar con la niña. Que el hombre que la manoseaba era su marido y que este estaba amancebando a su propia hija. Belisario fue al bote y trajo un fusil. No hubo gran escándalo pues cuando volvió el hombre estaba en el suelo muerto de borracho. Belisario tomó a la chica de la mano. Le entregó unos billetes a la madre y salió con ella de regreso al bote. Lisardo y yo lo seguimos consternados. Felizmente a nadie en la cantina le importó lo que estaba sucediendo.

Pasamos la noche en el pequeño muelle junto a un brasero que improvisamos. Dormí en el fondo del bote y abrigado por un poncho que llevo a mis excursiones. A mi lado dormía Inmaculada, así se llama la pequeña, entregada a lo que el destino le podía deparar. Sentí mucha pena por ella. A Dios gracias, Belisario e Inmaculada se pudieron embarcar de madrugada de regreso a Guayaquil en el vapor que venía de Babahoyo.

Lisardo estaba cabizbajo y pensativo por la mañana pero igual nos dirigimos hacia una ensenada del estero Tola en busca de los caimanes. Llevábamos las dos carabinas. Remamos bastante y siempre con Lisardo muy callado. En lo que quedaba de la mañana no vimos ni un sólo caimán, pero después del mediodía, a la hora del mayor calor, cazamos cuatro que dormían en la orilla. Lisardo disparaba con furia sólo por el gusto de matar. Yo no entendía en ese momento lo que le pasaba.

El más grande que cacé, tenía trece pies y ocho pulgadas, desde de la punta del hocico a la punta de la cola. La cabeza tenía como cuatro pies de largo. En la quijada inferior tenía dos colmillos que pasaban hacia arriba por dos agujeros; cuando cierra las mandíbulas, los colmillos sobresalen del labio superior por más de una pulgada. Su aspecto era tan feroz que hasta después de muerto asustaba. Fue toda una faena arrastrarlo y descuerarlo. Mi intención era guardar la cabeza del caimán como trofeo pero de nuestra aventura me quedó un sabor amargo, por lo de Inmaculada, y porque durante la noche Belisario y Lisardo se pelearon. De modo que se la regalé a Eudocio el cochero de mi padre.

Finalmente te cuento las razones de la disputa entre Belisario y Lisardo. Sucedió que mientras yo dormía en el bote, Lisardo le ofreció a Belisario cambiarle Inmaculada por uno de sus fusiles de caza. Al parecer Belisario se puso muy furioso. Le dijo a Lisardo que eso no se lo perdonaría jamás.

Como ves, la famosa cacería de caimanes tuvo un final que nadie imaginó. A Belisario no lo he visto. Me gustaría saber como explica en su casa su nueva propiedad. Te prometo contarte más.
¿Cuándo me escribirás tú una carta así de larga?

Te besa,

Laureano
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